Como madre no tengo unas expectativas concretas con mis hijas. Solo quiero que sean felices.
Suena manido y cínico, pero es cierto. Si de mayores quieren ser carpintera o médica me va a parecer perfecto.
Aunque ideal tengo, para qué nos vamos a engañar, y como toda madre que se precie vuelco en ellas mis propias frustraciones y me llenaría de orgullo tener una hija ilustradora o diseñadora gráfica, estudiante de bellas artes, con una creatividad interior brutal. Vamos, lo que a mí me hubiera gustado ser.
Pero como por suerte soy una persona coherente y empática, me resignaré con fingida felicidad si una elige ser economista y la otra abogada y las apoyaré en su empeño como me apoyaron a mí mis padres cuando les dije que quería ser escritora (qué padres apoyan a un hijo con semejante ilusión, le empujan a estudiar algo relacionado, en mi caso fue filología, y les parece brillante cualquier cosa que hubiera querido emprender: solo los míos). Yo no lo he conseguido y además desistí pronto, lo bueno: me enfoqué para ser editora (dicen que los que no saben jugar al fútbol son comentaristas, en mi caso, no fui escritora pero soy editora). Lo malo: por el camino he descubierto que tengo una vena más creativa que otra cosa a la que no le doy salida.
Para mí es muy importante la estética, la calidad y los valores que puedo transmitirle a mis hijas a través de la lectura. Desde pequeñitas van a seleccionados cuenta cuentos, les compro y leo cuentos que considero de calidad (huyo de Teos y otras series que no aportan creatividad alguna), limito la tipología de cuentos que considero inapropiados (nada de fingida moraleja políticamente correcta)… he intentado infundir criterio en mi hija mayor, sin éxito. Al menos por ahora.
Cuentos que no me gustan |
Por desgracia, a Meni le regalan cuentos sin mi supervisión, y tiene unos cuantos que por mucho que yo esconda en su estantería, siempre acaba encontrando. Me toca tragar. Veremos si lo que intento sembrar se vislumbra en algo positivo.
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