Ya lo decía
Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.”
Esta
paradoja me ha martilleado el fin de semana mientras reubicaba la ropa de
invierno en los armarios y guardaba la de verano. Es un rito que dos veces al
año se realiza con desgana en la mayoría de los hogares españoles, pero en mi
caso, que no me gusta ordenar, ni recoger, ni la ropa en general, supone uno de
esos momentos zen en los que debo racionalizar las
cosas.
Yo que tengo dos hijas pequeñas
(de 9 meses y 4 años), me las he visto y deseado para realizar este ritual con
éxito: por un lado había que organizar en cajas la ropa de verano que a una no
le sirve, pero que le servirá a la otra en unos años; por otro lado la ropa del
verano que viene; por otra la de invierno que ahora no le sirve a una, pero le
servirá el año que viene a la otra; un montón de ropa que no le vale a ninguna
de las dos y que hay que reciclar (Wikimums, Percentil); y finalmente otro de ropa usada y hecha polvo
que hay que tirar. Esta imagen que parece
tomada por Ana Rosa en la casa de una señora con el síndrome de Diógenes cuyo armario acabara de vomitar, era mi
salón el sábado.
Lo único que me reconfortaba en
esos momentos era pensar en aquellos que tienen niño y niña, o que tienen tres,
cuatro, cinco… hijos. Jeje, una sonrisa malévola se dibujaba en mi fuero
interno.
Con esto me di cuenta de que en el
fondo los cambios me gustan y me
regeneran. En mi caso está más que comprobado que me gusta cambiar
(en siete años he vivido en ocho casas y tres ciudades distintas), a veces los
cambios eran por circunstancias ajenas a mí, pero la mayoría de las veces era
porque queríamos. Me alucina la gente que no cambia, que se queda a disgusto en
un trabajo, en una casa, en una vida… los observo de reojo y los examino como si
fueran una tribu de los indios motilones. Y ya, los que tienen el cuajo de
quejarse y no hacen nada para mejorar su vida, los analizo como si fueran
extraterrestres de Ganímedes. Sí, esos que dicen: “estoy harto de mi trabajo, no
me gusta, no me realizo” (y lleva diciéndolo desde hace diez años). Ya, ¿y por
qué no cambias? Arriésgate. VIVE.
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